A ace unos años, a principios de Cuaresma, publiqué lo siguiente como mi estado en Facebook: "¡Estoy rebosante de alegría!". Mis amigos de mentalidad litúrgica no tardaron en opinar: "¡Bueno, basta! Es Cuaresma", escribió uno. "¡Toma, toma! Ceniza. Muerte. Pecado. Piensa en estas cosas", escribió otro.
Todo fue muy divertido, y mis amigos me hicieron reír, pero también apunta a una extraña asociación con la Cuaresma: que esta temporada es anti-alegría. Que deberíamos sentarse en cilicio y ceniza y reflexionar sobre nuestros pecados. Y, la verdad sea dicha, a veces esto es vitalmente necesario para una vida espiritual próspera. Hay que descubrir el pecado que tan fácilmente enreda para poder, con la ayuda del Espíritu, sacudírselo de encima y correr la carrera. La ceguera ante el propio pecado conduce al narcisismo y a la arrogancia, así como a herir repetidamente a los demás y a distanciarnos de Dios. Hay una razón por la que nos centramos en la disciplina y la negación durante la Cuaresma: nos recuerda que no se trata de nosotros.
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Pero quienes ordenaron estos tiempos litúrgicos no querían que la Cuaresma se centrara en el dolor sin paliativos por el propio quebrantamiento. Sabiamente hicieron Cuaresma 40 días, pero sin contar los domingos. Los domingos podemos disfrutar de lo que hayamos dejado de hacer durante el resto de la Cuaresma: beber vino, comer chocolate, ver una película o leer un libro. Los domingos debemos reunirnos en el culto y celebrar la resurrección, incluso con las banderas moradas y la falta de aleluyas. Los domingos se nos da un respiro intencionado de la pesadez de la Cuaresma.
Y es que incluso en este estación del polvo y cenizas, somos un pueblo de Pascua. Somos un pueblo de resurrección, un pueblo de vida nueva. En el fondo, ya no se nos identifica primero como pecadores. Pablo lo subraya una y otra vez en sus cartas: "Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha llegado". (2 Corintios 5:17). "Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3:3). "En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestras transgresiones y pecados... Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor que nos tiene, nos dio vida con Cristo, aun estando nosotros muertos en transgresiones: por gracia habéis sido salvados" (Efesios 2:1, 4).
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Mi estado cuaresmal en Facebook fue el resultado de sentir esa vibración de resurrección; que había nueva vida en mí y a mi alrededor donde antes había muerte; que Dios, que es rico en misericordia, me había dado vida en Cristo, y yo estaba rebosante de alegría. Fue una sorpresa, este regalo; fue tan inesperado y tan gozoso como un día soleado de febrero en el oeste de Michigan.
Este es el camino que deben recorrer nuestras prácticas cuaresmales. No pueden limitarse a hacernos reflexionar sobre nuestro pecado, no pueden llevarnos a la autoflagelación y a la miseria: deben llevarnos a la cruz, sí, pero también a la tumba vacía. El Espíritu es un motor; no se contenta con que te quedes sentado en la tristeza, quiere llevarte a la alegría de la Pascua. Incluso durante la Cuaresma.
¡Cristo está vivo! ¡Su reinado ha comenzado! Aleluya. Amén. Hasta el borde.
Publicado originalmente en el Revista Reformada blog. Publicado con permiso.
Rev. Dra. Mary Hulst
La Rev. Dra. Mary S. Hulst es pastora universitaria en la Universidad Calvin de Grand Rapids, Michigan. También es profesora adjunta de predicación en el Seminario Teológico Calvin, también en Grand Rapids, Michigan.