El 29 de junio de 2017 a las 2 de la mañana, 20 o más hombres entraron en mi casa para secuestrar a mi familia. A estos hombres no les importa si eres joven o viejo. No les importó que mis hermanas pequeñas y mi hermanastra lloraran de miedo. No les importó que mi madre llorara y gritara desesperada mientras los veía arrastrar a mi padrastro mientras lo golpeaban físicamente. Luego vio cómo los hombres nos sacaban a mis hermanastros y a mí de la casa. Nos pusieron en fila en la calle y nos apuntaron a la cabeza con diferentes tipos de armas. Mi padrastro negoció con los hombres ofreciendo su vida y todas nuestras posesiones a cambio de la libertad de mi familia. Aceptaron su oferta y liberaron a mi madre y a mis hermanas pequeñas. Unos minutos después, dejaron que mi hermanastra de 13 años se fuera conmigo. Mi padrastro gritó: "¡Corre!". Tomé la mano de mi hermanastra y corrí hacia la frontera con Texas. Como vivía en Reynosa Tamaulipas, México, llegué rápido.
Cuando llegué a la frontera, no pedí cruzar, sólo pedí refugio para esa noche. La razón por la que no acudí a la policía de mi país es porque todos los cárteles controlan el departamento de policía, y no quería arriesgar mi vida y la de mi hermanastra. Como la frontera está a 30 minutos a pie, pensé que sería el lugar más seguro para pasar la noche, y así poder pensar qué hacer por la mañana. También tenía que buscar a mi madre.
Como mi hermanastra y yo éramos menores y estábamos en peligro, las autoridades estadounidenses nos llevaron a la mañana siguiente a un lugar llamado "La Hielera" en Texas (centro de detención de inmigrantes). Después de estar en "La Hielera" durante un día nos llevaron al aeropuerto. Sin saber a dónde íbamos, llegamos a Nueva York. Pasaron un par de semanas sin que supiéramos nada de nuestra familia. Cuando por fin nos comunicamos con mi madre, nos dijo que mis hermanastros estaban con ella pero que mi padrastro había muerto. Mi madre me dijo que lo mejor para nosotros sería empezar una nueva vida. El hecho de no haber podido despedirme adecuadamente de mi padrastro me ha afectado mucho. Ha cambiado mi forma de ver mi país. Nunca pensé que nos pasaría algo así.
Aunque fue una tragedia, me siento afortunada de poder empezar de nuevo en Estados Unidos con la esperanza de volver a ver a mi familia. La historia de un inmigrante en los Estados Unidos de América no es fácil de hacer ni de vivir. Es una decisión muy difícil de tomar ya que tienes que dejar tu país, costumbres, amigos y familia. Dentro de tres años y siete meses mi vida dio un giro de 360 grados. Comenzó cuando sólo tenía 17 años. Desde entonces mi vida ha cambiado tan rápido que no he tenido tiempo de procesar lo que ocurría a mi alrededor. Todavía me resulta difícil adaptarme a los cambios. Extraño el idioma, la comida, las leyes y las tradiciones de mi hogar. Siempre llevo a México en mi corazón.
La razón por la que me voy de mi país es por la delincuencia del gobierno de mi país. Nosotros, como niños, aprendemos más sobre las drogas que lo que deberíamos aprender en la escuela. Antes de aprender los buenos valores y el valor de la educación, conocemos la calle y quién la controla. Ser un niño en México es duro conociendo la cruda verdad del país. Lo necesario para sobrevivir son los instintos a los que mi padrastro no prestó atención. Fue un hombre que pudo ser más pero decidió ser menos. Escogió la vida fácil eligiendo el tráfico de drogas dedicándose a vender lo que esperaba que cambiara la vida de sus hijos, esposa e hijastros. Mi padrastro no era un buen ejemplo, pero tenía un amor incondicional. Todo lo que hizo fue para que su familia tuviera comida en la mesa y un techo donde poder ir y estar a salvo durante esas noches ruidosas de balas volando donde los inocentes no están a salvo.