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Cuando Jesús partía el pan y derramaba el vino para la primera Eucaristía, me pregunto qué pasaba por la mente de los discípulos. ¿Estaban distraídos pensando en la cena de mañana o en los sonidos de la calle? ¿Estarían alegres porque estaban compartiendo una comida con las personas que amaban? ¿O estaban afligidos por la traición que Jesús les había anunciado?

¿Se dieron cuenta de la importancia del momento?

Yo solía imaginar el momento en que Jesús partía el pan como un instante puro y milagroso en el que una pequeña habitación de Jerusalén experimentaba la redención completa en Cristo aquí mismo, en la tierra. Pero creo que eso olvida a las personas muy humanas con las que Jesús se sentó a la mesa. No dejaron su humanidad en la puerta. La llevaron con ellos, igual que nosotros hoy.

Venimos rotos. Venimos cansados. Venimos celosos. Venimos distraídos. Venimos heridos. Venimos alegres. Venimos afligidos. Venimos ansiosos. Venimos enfadados. Venimos confundidos. Venimos vacíos. Venimos reventados.

Pero a la mesa vamos. Y allí Dios nos recibe con una comida que no podemos comer en ningún otro sitio. Jesús parte el pan de la vida por nosotros, y nos entrega una copa llena del vino rojo intenso que fluye de su corazón al nuestro.

La comunión no es santa porque lleguemos a ella con el corazón totalmente puesto en Dios y con la mente totalmente centrada en el significado del sacrificio de Jesús. Es santa porque no hacemos ninguna de esas cosas, y Dios nos limpia de nuestros pecados, de todos modos. Escuchamos las palabras de Jesús, pero sólo comprendemos una parte de ellas. Observamos lo que hace Jesús, pero el mundo nos observa y se esfuerza por ver la conexión con el hombre que tratamos de imitar.

Y sin embargo, a pesar de todo eso, venimos a la mesa, y Jesús nos da de comer.

Grace Ruiter cofundó Faithward y supervisó su crecimiento desde un pequeño blog hasta un ministerio que llega a más de 100.000-200.000 personas cada mes. Lleva haciendo demasiadas preguntas desde que empezó a hablar, y ahora no piensa parar. Aunque su curiosidad ha desafiado su fe a veces, también es la forma en que su relación con Dios ha crecido hasta donde está hoy. Puedes ponerte en contacto con Grace en graceruiterwrites@gmail.com.