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Arte del capítulo de estudio bíblico de Zipporah

Ella es Llamada—Mujeres de la Biblia—Serie de Estudio Volumen 1

Séfora: Llamada a recordarnos quiénes somos

por la Revda. Dra. Denise Kingdom Grier

Séfora fue la primera esposa de Moisés en la Biblia. Su historia nos recuerda que la carne y la sangre siempre han sido fieles recordatorios de las promesas del pacto de Dios.

Oración

Gran Yo Soy, ilumina el camino ante nosotros, te rogamos. Recuérdanos en ti quiénes somos realmente y recuérdale lo mismo a tu iglesia. Amén.

Escritura clave

Éxodo 4:24-26:

«Ya en el camino, el Señor salió al encuentro de Moisés en una posada y estuvo a punto de matarlo. Pero Séfora, tomando un cuchillo de pedernal, le cortó el prepucio a su hijo; luego tocó los pies de Moisés con el prepucio y le dijo: “No hay duda. Tú eres para mí un esposo de sangre”. Después de eso, el Señor se apartó de Moisés. Pero Séfora había llamado a Moisés «esposo de sangre» por causa de la circuncisión.

¿Quién era Séfora en la Biblia?

Séfora la Madianita era descendiente de Madián, hijo de Abraham con su tercera esposa, Cetura. En hebreo, su nombre significa «pájaro» o «pajarito». La primera vez que encontramos a Séfora —quien luego se convertiría en esposa de Moisés— fue junto a un pozo, en su ciudad natal de Madián. Junto a ese pozo, se había encontrado ella con Moisés, cuando él huía de Egipto y del juicio del faraón, después de haber asesinado a un egipcio (Éxodo 2:15-22). 


Séfora y sus seis hermanas se ocupaban de sus tareas diarias de sacar agua y dar de beber al rebaño de su padre. Moisés estaba sentado junto al pozo cercano, sin duda vestido, pintado y hablando como un dignatario egipcio. Cuando pastores locales expulsaron a las hermanas del pozo en un acto de violencia de género, Moisés se levantó en su defensa y dio de beber a los rebaños del padre de ellas. Al regresar a la casa de su padre, las hermanas informaron del incidente del extraño «egipcio» que había acudido en su ayuda. En agradecimiento, el padre las instó a regresar y traer al amable «egipcio» Moisés a su aldea. Poco después, Séfora se convertiría en esposa de Moisés.

Séfora solo aparece tres veces en las Escrituras: la primera vez, junto al pozo (Éxodo 2); la segunda vez, durante el viaje a Egipto (Éxodo 4); y finalmente, en el desierto, cuando Jetro —su padre— fue al encuentro de Moisés acompañado por ella y sus hijos (Éxodo 18). De sus tres apariciones en el texto, ella solo habla una vez, en Éxodo 4. Finalmente, Séfora es reemplazada por la segunda esposa de Moisés, una mujer cusita.

Ahondando en el tema

El largo viaje en burro en el camino a Egipto dejó a Séfora, Moisés y sus dos hijos con ganas de un buen descanso nocturno. Durante la noche, la mano de muerte de Dios vino contra Moisés y «trató de matarlo» (Éxodo 4:24).

¡Espere! ¿Qué? Dios acababa de darle a Moisés la tarea de regresar a Egipto y exigir que el faraón liberara de la esclavitud a los hebreos. Es más, Dios se acababa de revelar a Moisés y había demostrado un gran poder en él y a través de él. ¿Por qué querría Dios matar a Moisés?

Cualquiera sea la razón, Séfora tuvo que pensar y actuar rápidamente para salvar la vida de su esposo. Su respuesta a la muerte inminente de él fue realizar la circuncisión de su hijo y arrojar el prepucio a los pies de Moisés. Para comprender esta escena, se necesita cierta información de fondo.

Entonces, retrocedamos.

Cuando Séfora y sus hermanas vieron a Moisés por primera vez, pensaron que era egipcio, y en muchos sentidos tenían razón. Moisés había estado en la casa de Faraón en Egipto desde su infancia. Sus gestos y costumbres fueron moldeados por su educación egipcia. De hecho, lo más probable es que soñara en el idioma del Faraón. Todo en él era egipcio, excepto por una cosa. A diferencia de sus compañeros egipcios, estaba circuncidado. La circuncisión no era la misma práctica médica que es hoy, sino una señal del pacto que Dios había hecho con Abraham y sus descendientes. Séfora le había dado a Moisés dos hijos, pero él había fallado en cuanto a cumplir con ese rito. Egipto había hecho que Moisés olvidara sus raíces —su identidad— como descendiente de Abraham. ¡Ay, se había olvidado de su sangre!

Cuando Séfora anticipó la muerte de Moisés por mano del Señor, en una fracción de segundo tomó la decisión de circuncidar a su hijo y arrojar su prepucio a los pies de su esposo. Esta debe ser la escena más sangrienta en el libro del Éxodo desde la masacre de los niños varones hebreos en el capítulo 1. No obstante, tiempo después se vería rivalizada, ya que los primogénitos egipcios fueron heridos de muerte en la última plaga, cuando se untó la sangre de los corderos en los postes de las puertas de las casas hebreas en la primera Pascua, y con el mar ensangrentado cuando las aguas se cerraron sobre el ejército egipcio.

«Eres un esposo de sangre», declara Séfora mientras arroja el prepucio a los pies de Moisés. Con la fuerza de Mufasa —de El Rey León— hacia su hijo, Simba, las acciones de Séfora rugen: «Recuerda quién eres». Tú, Moisés, eres del linaje de Abraham. Como tal, deberías haber circuncidado a tu hijo poco después de su nacimiento. Recuerda quién eres; eres un esposo de sangre. La parafernalia de la casa de Faraón facilitó que Moisés olvidara el sacrificio de Abel, el carnero que salvó a Isaac y la sangre hebrea que corría por sus venas. Estas personas a las que iba a salvar eran su propio pueblo, el pueblo elegido por Dios mediante sangre.

Para completar su encargo, Moisés tenía que morir. Al menos, el egipcio que había en él tenía que morir para que el «sanguinario» israelita Moisés, en su verdadera identidad, cumpliera el propósito para el que había nacido. Mediante sus acciones de pensamiento rápido, Séfora evocó el pacto y lo manifestó para que Moisés recordara sus raíces. Si iba a Egipto para liberar a su pueblo, su identificación con Egipto tenía que morir. La carne y la sangre en las manos de su esposa Séfora no dejarían que Moisés lo olvidara.

Ella es llamada, y nosotros somos llamados

La iglesia está casada con un esposo de sangre. La Navidad nos advierte que la carne y la sangre son importantes para Dios. La Semana Santa nos arrastra de mala gana por el sangriento camino del Gólgota. El Jueves Santo nos lleva a una mesa ensangrentada y a un jardín donde Judas Iscariote tiene las manos manchadas de sangre. Sangre y agua fluyen del costado del novio en esos últimos momentos en la cruz. Después de la resurrección, Jesús invitó a Tomás a tocarlo en las partes ensangrentadas, su mano y su costado. Nosotros que estamos en Cristo no podemos negar el sacrificio, el dolor, la vida misma que corre por nuestras almas en la sangre de Cristo, nuestro Señor resucitado.

Debemos recordar quiénes somos —la esposa de Cristo—; circuncidados en nuestro corazón, muertos al pecado; nuestra carne es perpetuamente arrojada a los pies de Jesús en confesión y arrepentimiento. Eso es lo que somos: muertos por nuestros pecados y vivos por Cristo, por su vida y por su sangre.

Séfora nos alcanza a través de los siglos para señalar la mesa del Señor, la carne y la sangre del nuevo pacto. Cada vez que nos reunimos para la comunión, sus palabras deben decirse junto con las de Moisés: «Sí, Jesús, eres un Esposo de sangre».

A primera vista, la relación entre Séfora y Moisés parece el cuento familiar del muchacho que rescata a la chica. Séfora y sus hermanas junto al pozo, parecen demasiado débiles para defenderse de la amenaza de los pastores locales. Y aquí viene Moisés al rescate. Naturalmente, este hombre que rescató a estas jóvenes vulnerables podría ser un buen candidato para una de las hijas del sacerdote de Madián… Y fueron felices para siempre.

Pero no; esto no es un cuento de hadas patriarcal, y Séfora no es una damisela en apuros. Si bien antes fue beneficiaria de la bondad masculina, después intervino para salvar la vida del patriarca. La historia de Séfora siempre debe contarse junto con la de Moisés, porque sin ella, él seguramente habría muerto antes de regresar a Egipto, aún sin tener en claro su verdadera identidad.

Conclusión

Hay cosas en la cultura, en la sociedad y en este mundo que naturalmente se adhieren a nosotros y disfrazan nuestra verdadera identidad. A veces son nuestras profesiones, nuestro apellido o nuestras tradiciones lo que tanto forma parte de nosotros que olvidamos el recordatorio de Pablo de que «nuestra ciudadanía está en el cielo» (Filipenses 3:20), y nuestra identidad está oculta en Cristo.

Al reflexionar sobre el testimonio de Séfora, consideremos esto:

El término hebreo que se traduce como «recordar» nos invita a enfocarnos en algo hasta que nos lleve al arrepentimiento. Pídale a Dios que le ayude a recordar los lugares y las cosas de su vida que ha anexado a su identidad. ¿Cómo puede haber permitido que estas cosas triunfaran sobre su identidad en Cristo? Pídale a Dios que le revele estos lugares y / o cosas. Confiese y arrepiéntase.

Séfora nos urge a recordar quiénes somos en Cristo. Se nos insta a morir a todas nuestras falsas identidades y a recordar nuestra verdadera identidad como hermanos de carne y sangre del Esposo.

Preguntas para considerar

  • ¿De qué manera usted ve a la iglesia muriendo, como Moisés estaba muriendo en ese camino a Egipto? ¿Qué acción puede tomar para recordarle a la iglesia su verdadera identidad?
  • Escriba una oración para que la iglesia se anime a recordar su verdadera identidad en Cristo.
  • ¿Qué le sorprendió en esta sesión de estudio bíblico?
  • ¿Qué oye que el Espíritu le dice a usted, a su familia, a su iglesia y/o a su comunidad?

La Rev. Dra. Denise Kingdom Grier es la Pastora de Movilización y Renovación de la Iglesia Bíblica Mars Hill en Grandville, Michigan. Recientemente terminó un período de 12 años como pastora principal en Maple Avenue Ministries en Holland, Michigan. También es la coordinadora de RCA Global Mission para los Servicios Familiares y de la Infancia de Setshabelo en la provincia de Free State en Sudáfrica. La Rev. Grier se graduó en la Universidad de Shaw en Raleigh, Carolina del Norte, donde obtuvo una licenciatura en psicología. Después de trabajar como trabajadora social durante muchos años, se convirtió en la primera mujer afroamericana en graduarse en el Western Theological Seminary de Holland, Michigan, con un máster en divinidad y un doctorado en ministerio. Es una estudiante de la Palabra desde hace mucho tiempo que aporta una visión dinámica y profética a su predicación, enseñanza y vida pastoral. Vive en Holland, Michigan, con su hija Gezelle, su hijo Chris y su perrito Kgabani.

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